sábado, 17 de octubre de 2009

DILEMA DEL DOCENTE UNIVERSITARIO FRENTE AL PROCESO DE EVALUACIÓN DE LOS APRENDIZAJES

Debemos reconocer que en la mayoría de países latinoamericanos, el proceso de evaluación ha estado centrado en lo que podía denominarse una heteroevaluación, es decir, un proceso que nace desde el docente hacia el estudiante .Esta concepción evaluativa enfatiza los resultados sobre los procesos, los rendimientos y los desempeños finales sobre el manejo de determinadas estrategias y ,en consecuencia ,fue configurando una forma particular de evaluar de parte de los docentes y de las formas de aprender del estudiante que resultan hoy muy difíciles de modificar.

El nuevo discurso evaluativo apunta hacia la auto y co-evaluación, privilegiando los aprendizajes logrados por los estudiantes y los procesos de “aprender a aprender”.Esta postura naturalmente se estrella con la cultura de la heteroevaluación aún predominante en nuestro sistema educativo. Por lo tanto, estoy seguro que debería transcurrir un tiempo lo suficientemente necesario para que el docente vaya dejando las prácticas que apoyan una heteroevaluación y las sustituya por otras que permitan que sea el estudiante el que evalúe sus propios aprendizajes o sean sus pares los que entreguen la información sobre sus logros.
Debemos reconocer que una propuesta evaluativa válida es aquella que es inherente y consustancial a cada aprendizaje y que ya no es posible entender “un aprendizaje sin evaluación y una evaluación sin aprendizaje”. Esta quizás sea una de las principales disonancias entre la teoría y la práctica de hoy, ya que la evaluación sigue siendo entendida como algo anexo y “paralelo” al proceso mismo de aprender.

En el transcurso de los últimos años, el tema de la evaluación ha alcanzado un protagonismo evidente hasta convertirse en uno de los aspectos centrales de discusiones, reflexiones y debates pedagógicos.
¿El motivo?... pocas tareas provocan tantas dudas, y contradicciones a los docentes, como las relacionadas con la evaluación y las actuaciones o decisiones asociadas a ella.
Habitualmente, cuando se habla de evaluación se piensa, de forma prioritaria e incluso exclusiva, en los resultados obtenidos por los estudiantes (evaluación del aprendizaje). Hoy en día éste sigue siendo el principal punto de mira de cualquier aproximación al hecho evaluador. Los docentes, los padres de familia, los propios estudiantes y el propio Sistema, se refieren a la evaluación como el instrumento calificador, en el cual el sujeto de la evaluación es el estudiante y sólo él, y el objeto de la evaluación son los aprendizajes realizados según objetivos mínimos para todos.

Esta concepción es una herencia del sistema tradicional que ponía énfasis en medir las adquisiciones o la mejora de las habilidades. Dada la importancia concedida a los resultados, el estudiante justificaba la actividad docente únicamente como una forma para mejorar dichos resultados.
Es decir, el docente justifica socialmente su función en la medida que acredita resultados -óptimos, por supuesto- de sus alumnos.

Hoy la evaluación adquiere un nuevo sentido, superior a la mera recogida de datos, pero a la vez aparece como pieza clave imprescindible para que el docente preste al estudiante la ayuda necesaria, y en consecuencia, pueda valorar las transformaciones que se han ido produciendo. El docente que realiza una programación tiene en cuenta la edad, capacidad y preparación del grupo con el que piensa realizarla, pero ha de descender a la personalización. La evaluación hace posible ese descenso de adaptar los programas a las singularidades de cada estudiante.
Por tanto, la evaluación es ante todo, una práctica reflexiva propia del docente; pero sobre todo, no se circunscribe exclusivamente al ámbito del aprendizaje –léase el estudiante -, sino que abarca todos los aspectos que intervienen en el proceso: alumno, profesor, sistema.

En el actual escenario, los docentes que se desempeñan en los distintos niveles educativos esperan con justificado y creciente estado de ansiedad una respuesta de quienes alentaron, por lo menos desde el punto de vista teórico, la incorporación de un proceso evaluativo auténtico, centrado en la demostración de evidencias de aprendizajes significativos en los estudiantes.
Los supuestos teóricos de intentos reformistas, basados en una deseada innovación, presionan con nuevas conceptualizaciones y formas de actuación, la mayoría de veces contrapuestas a aquellas que se practican en las aulas.
No es posible olvidar que estas innovaciones están alejadas de los procesos formadores y normativos que recibieron los docentes en su formación profesional inicial, lo cual repercute en los principios y procedimientos basados en una concepción evaluativa desde el docente hacia el estudiante.

Introducir una innovación en el campo educativo universitario, tal como lo expresa Escudero (1986), es incorporar “un conjunto de teorías o procesos sistematizados y codificados, comprometidos con la modificación de las concepciones y prácticas pedagógicas que tienen lugar en las instituciones educativas”

Los investigadores del aprendizaje suelen dar una mayor relevancia a la evaluación de los procesos de aprendizaje sobre los resultados, ya que consideran importante el desarrollo de ciertas capacidades y habilidades del pensamiento, la comprensión de los contenidos curriculares y su relación con la vida real.
Es indispensable que el docente comprenda que él no es, ni tiene que ser, el único evaluador .Para optimizar los resultados del proceso de evaluación, es importante considerar la intervención de todos los participantes a través de la puesta en práctica de otra modalidades de evaluación tales como: la autoevaluación, coevaluación, heteroevaluación y la interevaluación.

Si el aprendizaje es el núcleo de la acción educativa. Como se refleja en diferentes escritos, la evaluación condiciona de tal manera la dinámica del aula que bien podría decirse que la hora de la verdad no es la del aprendizaje sino la de la evaluación.
Pero cuando nos referimos a la evaluación de los aprendizajes cabe preguntarse desde qué conceptualización estamos hablando.
En las últimas décadas el concepto de evaluación ha sufrido una profunda transformación, también significativa en el ámbito de la enseñanza y del aprendizaje. Al observar nuestro entorno detectamos que las innovaciones, han llegado con facilidad en el uso de las estrategias de aprendizaje, de recursos didácticos que en el ámbito de la evaluación. Así podemos hallar en las aulas universitarias estrategias de aprendizajes muy innovadoras acompañadas de sistemas de evaluación tradicionales. Llama la atención la distancia que existe entre la realidad de las prácticas evaluativas y los avances teóricos y metodológicos que hoy nos presenta la literatura de la evaluación.
¿No será que la evaluación implica además de un cambio teórico, un cambio de actitud?
¿Qué está ocurriendo con la evaluación universitaria? ¿Cómo se está evaluando realmente?

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